Anderson sitúa a los estados absolutistas de los comienzos de la Edad Moderna sobre el telón de fondo del anterior feudalismo europeo.
En la primera parte de la obra se analizan las estructuras generales del absolutismo como sistema de estados, en Europa occidental, a partir del Renacimiento; y se discute la difícil cuestión de las relaciones entre monarquía y nobleza que se institucionalizan a través del Estado absolutista, para cuya transformación en el tiempo el autor propone un esquema general de periodización. Se estudian después las trayectorias de los estados absolutistas de España, Francia, Inglaterra y Suecia, comparándolos con el caso italiano, en el que no llegó a formarse un verdadero absolutismo.
La segunda parte esboza una perspectiva comparativa del absolutismo en Europa oriental, para tratar de comprender las razones por las que las distintas condiciones sociales de la mitad más atrasada del continente desembocan, no obstante, en formas políticas aparentemente similares a las occidentales. Se estudian las monarquías absolutistas de Prusia, Austria y Rusia; el contraejemplo polaco muestra cuál es el precio histórico de la incapacidad de la nobleza y la monarquía polacas para crear un Estado absolutista; el imperio otomano de los Balcanes se utiliza como contraste para subrayar la singularidad del absolutismo como fenómeno europeo. La obra se cierra con una discusión de la posición especial que ocupa el desarrollo europeo en la historia universal, haciendo hincapié en el significado de la herencia de la Antigüedad clásica.
Dos extensos apéndices estudian, por último, la noción de "modo de producción asiático" y la trayectoria histórica del feudalismo japonés, el único feudalismo surgido fuera de Europa.
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